Mañana, martes 8 de agosto, celebramos la Solemnidad de San Famiano, monje del s. XII de nuestro monasterio y patrón de peregrinos.

Os invitamos a todos a la Eucaristía que celebraremos a las 11.30h.

Os recordamos que por este motivo, solo habrá un pase de turismo a la mañana (12:45h) y que por la tarde se mantienen las visitas en los horarios habituales.

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Nadie conoce al Padre, sino el Hijo

Todo es dado por el Padre. Entiende en sentido místico al Padre que entrega y al Hijo que recibe. De otro modo, si queremos entenderlo según nuestra fragilidad, cuando comienza a tener el que recibe, comienza a no tener el que ha dado. En todas las cosas que le han sido entregadas no hay que entender el cielo y la tierra, los elementos y lo demás que Él mismo hizo y creo, sino aquellos que por medio del Hijo tienen acceso al Padre, los que antes fueron rebeldes y luego comenzaron a conocer a Dios.

San Jerónimo.- Comentario al Evangelio de Mateo, 2, 11, 27.

No les tengáis miedo

Lo que se escucha al oído. Realmente no había sombras cuando el Señor les hablaba, ni tampoco conversaba con ellos al oído. Se trata de una hipérbole del lenguaje. Como conversaba con ellos solos y allá en un rincón de Palestina, de ahí que ahora pueda hablar de cosas dichas entre sombras y al oído. Era comparar el modo como entonces los instruía con la libertad de palabras que luego habían de tener y que Él mismo les daría. Porque vosotros –les dice- no predicaréis a una, a dos, o a tres ciudades, sino al mundo entero, recorriendo tierra y mar, lo habitado y lo inhabitado, hablando a cara descubierta y con toda libertad a tiranos y a pueblos, a filósofos y a oradores.

San Juan Crisóstomo. Homilías sobre el Evangelio de Mateo, 34,2.

Rogad al Señor de la mies que envíe obreros

El señor de la mies. Luego, para mostrarles cuán grande era la dádiva que les hacía, “Rogad –les dice- al Señor de la mies”. Con lo que, veladamente, manifiesta ser Él quien poseía aquel dominio. En efecto, apenas les hubo dicho “Rogad al Señor de la mies”, sin que ellos le hubieran rogada nada, sin que hubiera precedido una oración de su parte, Él los escoge inmediatamente, a la vez que les recuerda las expresiones mismas de Juan sobre la era y el bieldo, la paja y el trigo. Por donde se ve claro que Él es el labrador, el amo de la mies, el dueño soberano de los profetas. Porque si ahora mandaba segar a sus discípulos, claro está que no los mandaba a campo ajeno, sino a lo que Él mismo había sembrado por medio de los profetas. Mas no se contenta el Señor con animar a sus discípulos por el hecho de llamar “cosecha” a su ministerio, como haciéndolos aptos para ese mismo ministerio.

San Juan Crisóstomo.- Homilías sobre el Evangelio de Mateo, 32,3.

El mismo amor a lo conocido lleva a un conocimiento mayor

Amadísimos, no esperéis oír de mis labios las cosas que entonces no quiso decir el Señor a sus discípulos, porque no podían soportarlas. Antes bien, progresad en el amor, que ha sido derramado en vuestros corazones por el Espíritu Santo que se os ha dado, a fin de que, con el Espíritu encendido y enamorados de las bellezas espirituales, podáis conocer con la vista y el oído interiores la luz y la voz espirituales, que los hombres carnales no pueden soportar, y que no se manifiestan de modo alguno a los ojos del cuerpo, ni tienen sonido capaz de ser escuchado por los oídos corporales. No se ama lo que se desconoce totalmente. Mas cuando se ama lo que ya se conoce de algún modo, el mismo amor lleva a un conocimiento superior y más perfecto. Si, pues, progresáis en la caridad que el Espíritu Santo derrama en vuestros corazones él os enseñará toda la verdad, o, según se lee en otros códices, él os guiará a toda verdad (Jn 16,13). Por ello se dijo: Enséñame, ;oh Yavé!, tus caminos, para que camine en tu verdad (Sal 88,11).

San Agustín.- Comentarios al Evangelio de San Juan, 96,4.

Recibid el Espíritu Santo

El Espíritu Santo es el aliento de Dios. Al ser el Hijo partícipe sustancialmente de los bienes naturales de Dios Padre,  posee el Espíritu Santo de la misma manera que uno cree que lo tiene el Padre, no como algo añadido y extrínseco, sino como cada uno de nosotros tiene en sí mismo la respiración, que sale de sus propias entrañas. Esta es la razón por la que Cristo sopló materialmente; para demostrar que lo mismo que la respiración sale fuera de la boca del hombre, materialmente, así también de la divina sustancia, de manera conveniente a la divinidad, sale el Espíritu que proviene de ella.

San Cirilo de Alejandría.-Comentario al Evangelio de Juan, 9,1.

Id, haced discípulos de todas las naciones. ¿Qué dice, pues, el Señor a la vista de sus apóstoles?” A mí me ha sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra”… Nuevamente habla con ellos un poco a lo humano pues todavía no habían recibido el Espíritu Santo, que era el que había de elevarlos. “Marchad, pues, y haced discípulos míos en todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado”… Lo que Él había mandado, parte se refería a la doctrina, parte a los preceptos. Y notemos que aquí no hace mención alguna de los judíos, ni saca a relucir lo pasado, ni reprende a Pedro por su negación, ni a ninguno de los otros por su fuga. Lo que sí les manda es que vayan por todo el orbe de la tierra, encomendándoles la enseñanza cristiana esencial: el bautismo.

San Juan Crisóstomo.- Homilías sobre el Evangelio de Mateo, 90,2.

Amor y Espíritu de Verdad

El Espíritu completa la Trinidad. El Señor dijo que el Espíritu es Espíritu de la Verdad y Paráclito. De donde se muestra que en Él la Trinidad es perfecta. En Él el Verbo glorifica la creación, la diviniza, le da la filiación adoptiva y la lleva al padre. El que une la creación al Verbo, no puede pertenecer Él mismo a las criaturas. Y el que da la filiación adoptiva a la creación, no puede ser extraño al Verbo, de lo contrario habría que buscar otro Espíritu para estar en Él unido al Verbo. Pero esto es absurdo. Así pues, el Espíritu no pertenece a las cosas creadas, sino que es propio de la divinidad del Padre, en el cual el Verbo diviniza las cosas creadas. Y en el que la creación es divinizada, no puede estar Él fuera de la divinidad del Padre.

San Atanasio.- Epístolas a Serapión, I, 25, 4-6.

Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida

El camino de la cruz. La cruz de la que se sirvió Cristo para salvar a los hombres es a la vez un misterio y un ejemplo: un misterio en el que se realiza la plenitud del poder divino y un ejemplo que incita a los hombres a ser generosos, pues a los que ha arrancado del yugo de la esclavitud, la redención ofrece aún este beneficio de poder ser imitada. Si la sabiduría del mundo se gloría, en efecto, en el seno de sus errores, de modo que cada uno pueda seguir las opiniones, las costumbres y todas las normas del que ha escogido como jefe, ¿qué tendremos nosotros de común con el nombre de Cristo si no nos unimos inseparablemente a Él, que es, según su propia palabra, el camino, la verdad y la vida? Es decir, el camino de un santo comportamiento, la verdad de una doctrina divina y la vida de una bienaventuranza eterna.

San León Magno.­ Sermones 72,1.

El buen pastor

¿Quiénes son los que se apacientan a sí mismos? Aquellos de quienes dice el Apóstol: Todos buscan sus intereses, no los de Jesucristo (Flp 2,21). Nosotros, a quienes el Señor nos puso, porque así él lo quiso, no por nuestros méritos, en este puesto del que hemos de dar cuenta estrechísima, tenemos que distinguir dos cosas: que somos cristianos y que somos pastores vuestros. El ser cristianos es en beneficio nuestro; el ser pastores, en el vuestro. En el hecho de ser cristianos, la atención ha de recaer en nuestra propia utilidad; en el hecho de ser pastores, no hemos de pensar sino en la vuestra. Son muchos los que siendo cristianos, sin ser pastores, llegan hasta Dios, quizá caminando por un camino más fácil y de forma más rápida, en cuanto que llevan una carga menor. Nosotros, por el contrario, dejando de lado el hecho de ser cristianos, y, según ello hemos de dar cuenta a Dios de nuestra vida, somos también pastores, y según esto debemos dar cuenta a Dios de nuestro servicio.

San Agustín.- Sermón 46,2,14.