El ciego de nacimiento

Sus discípulos le preguntaron: Señor, el haber nacido este ciego, fue culpa suya o de sus padres? Él les respondió lo que acabáis de oír conmigo: Ni pecó él ni sus padres; nació ciego, para que se manifestaran las obras de Dios en él (Jn 9,2-3). Ya veis por qué difirió el darle, lo que no le dio entonces. No hizo entonces lo que había de hacer más tarde; no hizo lo que sabía que haría cuando convenía. No penséis, hermanos, que sus padres no tuvieron pecado alguno, ni que no hubiese contraído él la culpa original al nacer, para cuya remisión se administra el bautismo a los niños, bautismo que tiene por finalidad el borrar los pecados. Mas aquella ceguera no se debió a la culpa de sus padres ni a culpa personal, sino que existió para que se manifestaran las obras de Dios en él. Porque, aunque todos hemos contraído el pecado original al nacer, no por eso hemos nacido ciegos; aunque bien mirado, también nosotros nacimos ciegos. ¿Quién no ha nacido ciego, en verdad? Ciego de corazón. El Señor que había hecho ambas cosas, los ojos y el corazón, curó igualmente las dos.

San Agustín.- Sermón 136,1-2.