Hermanos, el camino del Señor que se nos pide que preparemos, se prepara caminando. Se camina en la medida en que se le prepara. Aunque le hayáis seguido desde hace mucho tiempo, sin embargo siempre queda algo que preparar: desde el punto que habéis alcanzado, es necesario que avancéis aún, es así como a cada paso que dais, el Señor, a quien preparáis así sus caminos, se presenta como por primera vez y siempre como si fuera más grande de lo que en efecto es. Por eso el justo ora así: «Muéstrame, Señor, el camino de tus decretos, y lo seguiré puntualmente» (Sal 118, 33). A este camino se le da el nombre de vida eterna, quizás porque, aunque la providencia haya examinado el camino que cada uno ha seguido, y le haya dado un límite donde se terminará, la bondad de Aquél hacia quien avanzamos no tiene ningún límite. Por eso, el viajero incansable y decidido comenzará cuando haya terminado: con otros términos, olvidando lo que está detrás de él, se dice cada día «Ahora comienzo». Y se lanza a correr por los caminos de los mandamientos de Dios, como un gigante al que nada asusta, adelantándose fácilmente en la rapidez de su marcha al perezoso que se demora en el camino. Y aunque llegue la última hora del día, en poco tiempo ha acabado su larga carrera. Era el último, pero, llegando a ser el primero, recibe la corona con los más adelantados.

Beato Guerrico de Igny, abad (hacia 1070-1157) Quinto Sermón para el Adviento