Dios como huésped. Considerad, queridos hermanos, cuán grande dignidad sea ésta, el tener a Dios, que ha venido a hospedarse en el corazón. En verdad, si algún amigo rico y poderoso viniera a nuestra casa, a toda prisa limpiaríamos todo para que no hubiera tal vez en ella algo que molestara a la vista del amigo que viene. Pues a quien prepara a Dios la casa de su alma, haga desaparecer de ella las inmundicias de sus malas obras… Y es que viene a los corazones de algunos, pero no hace mansión; porque ante la presencia de Dios, sí, llegan a compungirse; pero al tiempo de la tentación se olvidan de aquello de que se habían compungido, y así vuelven a cometer los pecados como si no los hubieran llorado. Por consiguiente, quien de veras ama a Dios, quien guarda sus mandamientos, a su corazón viene Dios y, además, hace mansión; porque el amor de su divinidad le penetra de tal modo, que no se aparta de el al tiempo de la tentación. Por tanto, aquel cuyo corazón no se abandona a los placeres indignos es quien le ama de verdad.

San Gregorio Magno.– Homilías sobre los Evangelios, 2,30,2.