La suegra de Simón estaba acostada con fiebre

El olor pestilente del pecado convertido en el perfume de la penitencia. Está Jesús de pie ante nuestro lecho. ¿Y nosotros yacemos? Levantémonos y pongámonos de pie: es para nosotros una vergüenza que estemos acostados ante Jesús. Alguien podrá decir: ¿dónde está Jesús? Jesús está ahora aquí. “En medio de vosotros –dice el evangelio- está uno a quien no conocéis”. “El reino de Dios está entre vosotros”. Creamos y veamos que Jesús está presente. Si no podemos tocar su mano, postrémonos a sus pies. Si no podemos llegar a su cabeza, al menos lavemos sus pies con nuestras lágrimas. Nuestra penitencia es ungüento del Salvador. Mira cuán grande es su misericordia. Nuestros pecados huelen, son podredumbre y, sin embargo, si hacemos penitencia por los pecados, si los lloramos, nuestros pútridos pecados se convierten en ungüento del Señor. Pidamos, por tanto, al Señor que nos tome de la mano. “Y al instante –dice- la fiebre la dejó”. Apenas la toma de la mano, huye la fiebre.

San Jerónimo.-Comentario al Evangelio de San Marcos. Homilía 2.