Amor y Espíritu de Verdad

El Espíritu completa la Trinidad. El Señor dijo que el Espíritu es Espíritu de la Verdad y Paráclito. De donde se muestra que en Él la Trinidad es perfecta. En Él el Verbo glorifica la creación, la diviniza, le da la filiación adoptiva y la lleva al padre. El que une la creación al Verbo, no puede pertenecer Él mismo a las criaturas. Y el que da la filiación adoptiva a la creación, no puede ser extraño al Verbo, de lo contrario habría que buscar otro Espíritu para estar en Él unido al Verbo. Pero esto es absurdo. Así pues, el Espíritu no pertenece a las cosas creadas, sino que es propio de la divinidad del Padre, en el cual el Verbo diviniza las cosas creadas. Y en el que la creación es divinizada, no puede estar Él fuera de la divinidad del Padre.

San Atanasio.- Epístolas a Serapión, I, 25, 4-6.

Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida

El camino de la cruz. La cruz de la que se sirvió Cristo para salvar a los hombres es a la vez un misterio y un ejemplo: un misterio en el que se realiza la plenitud del poder divino y un ejemplo que incita a los hombres a ser generosos, pues a los que ha arrancado del yugo de la esclavitud, la redención ofrece aún este beneficio de poder ser imitada. Si la sabiduría del mundo se gloría, en efecto, en el seno de sus errores, de modo que cada uno pueda seguir las opiniones, las costumbres y todas las normas del que ha escogido como jefe, ¿qué tendremos nosotros de común con el nombre de Cristo si no nos unimos inseparablemente a Él, que es, según su propia palabra, el camino, la verdad y la vida? Es decir, el camino de un santo comportamiento, la verdad de una doctrina divina y la vida de una bienaventuranza eterna.

San León Magno.­ Sermones 72,1.

El buen pastor

¿Quiénes son los que se apacientan a sí mismos? Aquellos de quienes dice el Apóstol: Todos buscan sus intereses, no los de Jesucristo (Flp 2,21). Nosotros, a quienes el Señor nos puso, porque así él lo quiso, no por nuestros méritos, en este puesto del que hemos de dar cuenta estrechísima, tenemos que distinguir dos cosas: que somos cristianos y que somos pastores vuestros. El ser cristianos es en beneficio nuestro; el ser pastores, en el vuestro. En el hecho de ser cristianos, la atención ha de recaer en nuestra propia utilidad; en el hecho de ser pastores, no hemos de pensar sino en la vuestra. Son muchos los que siendo cristianos, sin ser pastores, llegan hasta Dios, quizá caminando por un camino más fácil y de forma más rápida, en cuanto que llevan una carga menor. Nosotros, por el contrario, dejando de lado el hecho de ser cristianos, y, según ello hemos de dar cuenta a Dios de nuestra vida, somos también pastores, y según esto debemos dar cuenta a Dios de nuestro servicio.

San Agustín.- Sermón 46,2,14.

Los discípulos de Emaús

Todo lo que anunciaron los Profetas. Comenzó, pues, a exponerles las Escrituras para que reconocieran a Cristo precisamente allí donde lo habían abandonado. Porque lo vieron muerto, perdieron la esperanza en Él. Les abrió las Escrituras para que advirtiesen que, si no hubiese muerto, no hubiera podido ser el Cristo. Con textos de Moisés, del resto de las Escrituras, de los profetas, les mostró lo que les había dicho: “Convenía que Cristo muriera y entrase en su gloria”. Lo escuchaban, se llenaban de gozo, suspiraban; y, según confesión propia, ardían; pero no reconocían la luz que estaba presente.

San Agustín.- Sermón 236, 2.

A quienes les perdonéis los pecados, les son perdonados

Los apóstoles reciben el poder de Cristo. ¡Qué dones tan verdaderamente maravillosos! En efecto, no solo otorga poder sobre los elementos y la facultad de obrar señales y prodigios, sino que también concede la posibilidad de que Dios pueda nombrarles jueces, recibiendo la autoridad que solo a Él le corresponde. El poder de perdonar y retener los pecados solo pertenece a Dios, por lo que los judíos a veces le objetaban esto al Salvador, diciendo: “¿Quién puede perdonar los pecados sino Dios?” (Mc 2,7). El Señor tuvo la generosidad de conceder esta autoridad a quienes le honraban.

Teodoro de Mopsuestia.– Comentario al Evangelio de Juan, 7,20.22-25.

No tengáis miedo

El propósito del ángel ¿Por qué razón les dijo el ángel: “No temáis vosotras”? Primero las libra de todo temor y luego les habla de la resurrección. Ese “vosotras” es palabra de alto honor, e indica que a quienes tales crímenes cometieron con el Señor, de no arrepentirse, les alcanzaría los más severos castigos. No os toca –parece decir el ángel- no os toca temer a vosotras, sino a quienes lo crucificaron. Una vez, pues, que las hubo librado de todo miedo, no solo por sus palabras, sino por su misma cara (pues el esplendor de su figura estaba diciendo que venía a traer una buena noticia), el ángel prosiguió diciendo: “Se que buscáis a Jesús, el crucificado”…; y no se avergüenza de llamarlo crucificado, pues ésta es la suma de todos los bienes.

San Juan Crisóstomo.– Homilías sobre el evangelio de Mateo, 89,2.

¡ Hosanna al Hijo de David!

Hosanna en las alturas. ¿Por qué le exaltaba la muchedumbre que le habría de crucificar y cómo se ganó su odio después de haber tenido su favor? En realidad los elogios indicaban también su poder de redimir. Así “Hosanna” en hebreo quiere decir “redención de la casa de David”. Además lo llaman Hijo de David porque reconocen en Él la herencia del reino eterno. Por eso le proclaman también “Bendito en el nombre del Señor”. Más tarde gritarán blasfemando “¡Crucifícalo”! Pero los presentes acontecimientos muestran la imagen de futuro y, aunque los sentimientos de los que participaban en estos sucesos eran contradictorios e incluso los hechos que seguirían fueran distintos, lo que hacían los hombres aun involuntariamente, disponía a crecer en las realidades celestes. Jerusalén, pues, se encontraba conmocionada.

San Hilario de Poitiers.- Sobre el evangelio de Mateo, 21,3.

La resurrección de Lázaro

El amor no abandona. ¿Qué es lo que le enviaron a decir sus hermanas? “Señor, aquel a quien amas está enfermo”. No le dijeron que viniese, porque al amante le basta la noticia. No se atrevieron a decirle: Ven y sánalo; ni tampoco osaron decir: Mándalo desde ahí y surtirá efecto aquí. ¿Por qué no son estas alabadas como lo fue la fe del centurión? Pues este dijo: “No soy digno de que entres en mi casa, pero di una palabra y será sano mi siervo”. Nada de esto dijeron estas hermanas; solamente: “Señor, aquel a quien amas está enfermo”. Basta con que lo sepas, pues no abandonas a los que amas.

San Agustín.-Tratados sobre el Evangelio de Juan, 49,5.

El ciego de nacimiento

Sus discípulos le preguntaron: Señor, el haber nacido este ciego, fue culpa suya o de sus padres? Él les respondió lo que acabáis de oír conmigo: Ni pecó él ni sus padres; nació ciego, para que se manifestaran las obras de Dios en él (Jn 9,2-3). Ya veis por qué difirió el darle, lo que no le dio entonces. No hizo entonces lo que había de hacer más tarde; no hizo lo que sabía que haría cuando convenía. No penséis, hermanos, que sus padres no tuvieron pecado alguno, ni que no hubiese contraído él la culpa original al nacer, para cuya remisión se administra el bautismo a los niños, bautismo que tiene por finalidad el borrar los pecados. Mas aquella ceguera no se debió a la culpa de sus padres ni a culpa personal, sino que existió para que se manifestaran las obras de Dios en él. Porque, aunque todos hemos contraído el pecado original al nacer, no por eso hemos nacido ciegos; aunque bien mirado, también nosotros nacimos ciegos. ¿Quién no ha nacido ciego, en verdad? Ciego de corazón. El Señor que había hecho ambas cosas, los ojos y el corazón, curó igualmente las dos.

San Agustín.- Sermón 136,1-2.

La Transfiguración

Escuchadle. Escuchad sin hesitación alguna a Aquel en quien yo me complazco, cuya enseñanza me manifiesta, cuya humildad me glorifica, pues es la Verdad y la Vida, mi poder y mi sabiduría. Escuchad al que han anunciado los misterios de la Ley y han cantado la voz de los profetas. Escuchad al que ha redimido al mundo con su sangre, ha atado al diablo y le ha arrebatado sus armas; ha roto la cédula del pecado y el pacto de la prevaricación. Escuchad al que abre el camino del cielo y por el suplicio de la cruz os prepara la escala para subir al reino.

San León Magno.- Sermones, 51,7.