Una vez conocido y adorado nuestro Señor y Salvador Jesucristo, quien, para consolarnos a nosotros, yació entonces en un lugar estrecho y ahora está sentado en el cielo para elevarnos allí; nosotros, de quienes eran primicias los magos; nosotros, heredad de Cristo hasta los confines de la tierra, a causa de quienes la ceguera entró parcialmente en Israel hasta que llegare la plenitud de los gentiles, anunciémosle, pues, en esta tierra, en este país de nuestra carne, de manera que no volvamos por donde vinimos ni sigamos de nuevo las huellas de nuestra vida antigua. Esto es lo que significa el que aquellos magos no volvieran por donde habían venido. El cambio de ruta es el cambio de vida. También para nosotros proclamaron los cielos la gloria de Dios; también a nosotros nos condujo a adorar a Cristo, cual una estrella, la luz resplandeciente de la verdad; también nosotros hemos escuchado con oído fiel la profecía proclamada en el pueblo judío, cual sentencia contra ellos mismos que no nos acompañaron; también nosotros hemos honrado a Cristo rey, sacerdote y muerto por nosotros, cual si le hubiésemos ofrecido oro, incienso y mirra; sólo queda que para anunciarle a él tomemos la nueva ruta y no regresemos por donde vinimos.

San Agustín.- Sermón 202