La Iglesia, como Maríavirgen y madre

La Palabra del Padre por la que fueron hechos los tiempos, al hacerse carne, nos regaló el día de su nacimiento en el tiempo; en su origen humano quiso tener también un día aquel sin cuya anuencia divina no transcurre ni un día. Estando junto al Padre, precede a todos los siglos; naciendo de la madre se introdujo en este día en el curso de los años. El Hacedor del hombre se hizo hombre, de forma que toma el pecho quien gobierna los astros; siente hambre el Pan, sed la Fuente; duerme la Luz, el Camino se fatiga en la marcha, la Verdad es acusada por falsos testigos, el Juez de vivos y muertos es juzgado por un juez mortal; la Justicia condenada por gente injusta, la Disciplina castigada con flagelos, el Racimo coronado de espinas, la Base colgada de un madero, la Fortaleza debilitada, la Salud herida, la Vida muere. Aunque él, que por nosotros sufrió tantos males, no hizo mal alguno, ni nosotros, que por él recibimos tantos bienes, merecíamos algún bien, para librarnos a nosotros, a pesar de ser indignos, aceptó sufrir todas aquellas indignidades y otras parecidas. Con esa finalidad, pues, el que existía como hijo de Dios desde antes de todos los siglos sin comienzo de días, se dignó hacerse hijo del hombre en los últimos días, y el que había nacido del Padre, sin ser hecho por él, fue hecho en la madre que él había hecho, para hallarse aquí, en un momento determinado, nacido de aquella que nunca y en ningún lugar hubiera podido existir a no ser por él.

San Agustín.- Sermón 191.