Evangelio Juan: 10, 1-10

San Agustín

Pero el Señor mencionó a tres personas, y debemos examinarlas en el evangelio: el pastor, el mercenario y el ladrón. Cuando se leyó —así pienso— advertisteis que retrató al pastor, al mercenario y al ladrón. Del pastor dijo que daba la vida por sus ovejas y entraba por la puerta; del ladrón y del salteador, que subía por otra parte; del mercenario, que, viendo al lobo o al ladrón, huye, porque no le preocupan las ovejas: por eso es mercenario, no pastor. El primero entra por la puerta, porque es pastor; el segundo sube por otra parte, porque es ladrón; el último, viendo a los que tratan de llevarse las ovejas, teme y huye porque es mercenario, porque le tienen sin cuidado las ovejas: al fin es mercenario. Si hemos topado con estas tres personas, Vuestra Santidad ha hallado también a quiénes amar, a quiénes tolerar y a quiénes evitar. Hay que amar al pastor, tolerar al mercenario, evitar al ladrón. Hay en la Iglesia hombres que, según dice el Apóstol, anuncian el Evangelio por conveniencias, buscando de los hombres sus intereses, ya en dinero, ya en cargos públicos, ya en alabanzas humanas. Queriendo conseguir sea como sea compensaciones, anuncian el evangelio, pero no buscan tanto la salud del destinatario de su anuncio como su interés.

A su vez, en el caso de que uno escuche la salud de boca de quien carece de ella, si cree en aquel que le anuncia, sin poner su esperanza en quien se la anuncia, el que la anuncia sufrirá una pérdida; el que recibe el anuncio, una ganancia.

Sermón 137,5.